¡Ahora vamos al Olimpo! -le decía a mi caballo de hojalata-
Quedémonos a comer aquí y después te sientas a esperarme.
"Al alebrije que me hizo feliz."

Azulado, aparentemente fuerte,
ruidoso con los pasos sobre madera
reluciente y siempre presente.
Andábamos pintando aveces de verde
las más de rojo nuestro patio de juegos,
nos dábamos comidas de pasto y carne,
y me subía a viajar por los rincones más airados de la estratosfera.
Intercambiamos remaches por uñas
y me reparaba las heridas mientras yo limaba sus raspones.
Se hacía menos de hojalata y yo menos de carne,
era entonces cuando uno sabía lo que el otro pensaba
y reíamos, y reíamos hasta quedarnos dormidos en un establo bajo las estrellas.
Comimos manzanas de la misma boca
lamimos la sal que a uno y otro le brotaba
hasta que otra cosa que no era sal nos escaldó la lengua
y era la única que teníamos para ambos,
así que ahora no quedó más que "echarnos" a dormir
Y así estuvimos.
Aun libramos muchas batallas juntos.
Pero un día mi caballo de hojalata se fue más lejos sin mi,
por querer hablar con alguien,
saco de su alforja a un dragón que se lo comió.
Ahora ya no tengo caballo,
ahora camino a pié,
y aveces,
cuando miro hacia un sendero algo lejano,
observo la cola del dragón,
que en su barriga llevará por siempre
al que fue mi mejor amigo,
mi caballo de hojalata.